Capítulo I I : La vida dura: treinta años atrás

“(…)Ese tu gesto que parece 
 como de vil resignación,
 es de una sabia indiferencia
 y de un orgullo sin rencor...” (José santo chocano)


  Ranulfo Zúñiga

De pronto llegaron un grupo de treinta personas armadas entre mujeres y hombres y reunieron a todo el pueblo en la plaza: “¡A partir de ahora todos somos del Partido Comunista y todos tenemos que apoyarlo!”, gritaron. El grupo terrorista, Sendero Luminoso, había llegado a la comunidad de Chungui central. Poco después se retiraron a la Hacienda, posteriormente llamada por los militares “Oreja de Perro”. Una semana después retornaron y ya no dejaron salir a la comunidad. Habían llegado de matar a todas las autoridades y personas con mayores recursos de cada pueblo. Ese día detuvieron al presidente comunal, el señor Leonidas, y a un comerciante, el señor Juárez, recuerda Ranulfo Zúñiga, quien por ese entonces año 1982, tenía 21 años, una hija pequeña y otra recién nacida.

A las cinco de la tarde reunieron a todos en la plaza y les dijeron: “¡Nosotros somos del partido y tenemos que luchar contra los grandes gamonales. Contra el gobierno tenemos que triunfar. En el campo estamos sufriendo toda una vida y el Estado nos roba nuestras riquezas!” Transcurrieron tres horas más, sin moverse de la plaza, cuando les informaron que el “gamonal” Juárez se había ido a San Pedro y que el señor Leonidas también por ser un soplón que quería parar la lucha. A partir de ese día Sendero se adueñó de todo, cuenta Ranulfo. Sacaron toda la mercadería del señor Juárez, los obligaron a ordenarse en filas y les repartieron a todos comida, ropa y bebida. Durante la noche los terroristas hicieron una fiesta.

Mientras tanto, Ranulfo y otros paisanos llevaron al señor Juárez a su casa y lo velaron. “¡Nadie tiene que llorar, con esta sangre regamos nuestro partido!”, fueron las palabras terroríficas que recuerda claramente Ranulfo. Palabras que implantaron temor y paranoia entre todos:  

“A partir de ahora nadie habla en contra del partido. El partido tiene miles de oídos, tiene oídos en las rocas, en las casas, en los árboles. Tiene oídos y vista. El que habla contra el partido ya sabrá. Así rápido se irán a San Pedro”, gritaron los senderistas. 

  Dejaron de hablar por miedo con otras familias de paisanos y luego obligados se retiraron en silencio al monte por la llegada de los yana unas (militares). Obligados también mataban a sus animales, porque decían que hacían bulla. Ellos no podían escaparse, porque los terroristas vigilaban las entradas haciendo plantones, si uno no tenía justificación para salir, o no era del partido los mataban y botaban al monte, repite Ranulfo, los mataban y botaban al monte.

Faltaba una semana para que matasen a todos aquellos que hasta el momento no se habían unido al partido. La familia de Ranulfo estaba en esa lista, cuando llegaron los militares en el 84. Ellos capturaron a todos, los colocaron en filas y seleccionaron haciendo una pregunta: ¿estás comprometido o no? A los que estaban comprometidos, los fusilaban. Murieron muchos inocentes.

“No he presentado nada, porque muchos como yo ,con problemas físicos, lo han hecho y se la han negado. Al parecer para que te den una reparación debe haber un fallecido o un desaparecido en tu familia. La reparación no es para los vivos,” nos dice indignado Ranulfo.

Cayo Candía

El señor Cayo Candía tenía 35 años cuando estaba trabajando en su chacra en la selva y de repente un paisano se acercó a decirle que deje de trabajar que los yana unas estaban cerca. Él siguió trabajando con la tranquilidad de quien no tiene que rendirle cuentas a nadie. Una tarde, cuando se encontraba en su pequeña tienda de abarrotes, vinieron dos grupos de Sendero Luminoso: “hemos venido a visitarte, porque tenemos una fiesta en la tarde”, le dijeron. Les despachó alrededor de 500 soles en bebidas y comida. “No tenemos plata ahorita. Le vamos a pagar otro día”, respondieron y continuaron diciendo, “sabes qué señor tenemos una reunión la siguiente semana en la tarde en Ticsibamba a la que tienes que asistir, si no asistes…sabrás”, sentenciaron. “¿Me estás amenazando? ¿qué problema tienen conmigo?”, le contestó el señor Cayo. Luego regresaron tres encapuchados, lo agarraron de los brazos y lo sacudieron. Era el año 83, tenía seis hijos y una esposa y él estaba amenazado de muerte, así que decidió escapar. Arriaron todos los animales que pudieron, los dejaron al cuidado de sus sobrinos huérfanos y fugaron a Huamanga. Tuvieron suerte que durante el día y medio que estuvieron caminando hasta llegar a la carretera para tomar el carro, nadie les haya preguntado nada. Pero después de dos años tuvieron que regresar, pues su hermano le había puesto al tanto que los militares estaban regalando todas sus pertenencias a los comuneros y él tenía su casa, sus animales y sus bienes en Chungui. Toda su familia retornó con excepción de dos de sus hijos que se quedaron en Lima. Llegaron al medio día y los pobladores estaban reunidos en la base militar alzando la bandera. Se acercó a él un paisano, que era además el presidente de autodefensa, y le dijo “sabe qué señor usted se alista que vamos a salir en la tarde”. “En esa fecha los militares y los de defensa civil mataban a la gente y quizás podían pensar otra cosa sobre mí”, recuerda Cayo.


  Así que escapó nuevamente a un pueblo llamado Angea, a una hora y media a pie. Al día siguiente asustado fue a la base militar con un carnerito de regalo para aclarar todo. Tuvo suerte, nuevamente, y le creyeron. Comenzó la época de patrullaje y rastreo. Tardes de reuniones, de formaciones, de estar al mandato de los militares y de estar alerta frente a las constantes amenazas de Sendero Luminoso que andaba de pueblo en pueblo bordeando la Oreja de Perro. 

Fue durante un ataque de Sendero, donde murieron tres personas, que sus paisanos volvieron a desconfiar de él, pero el Mayor Militar, por el contrario, le dio el cargo de presidente de autodefensa, puesto que ejerció hasta el año 91. Fue en esa última época, cuenta el señor Cayo, que se pudo, aparentemente, combatir a Sendero con la estrategia empleada por un nuevo Mayor del ejército, quien era ayacuchano. Su idea era hacer un rastreo por tierra y aire, así que convocó a soldados de distintas bases militares de todo el país formando alrededor de 10 batallones. El dejó las armas de lado, dejo de implantar el miedo y se comenzaron a presentar numerosos grupos de 50 a 60 personas cada uno; personas que habían estado en los montes recluidas por Sendero desde el año 83 hasta el 90.


“Recorrimos los montes donde estaban los campamentos de los terroristas. Pudimos recluir, en el periodo de un año, a casi 2800 personas, entre niños, jóvenes, señoras y ancianos (muchos de los cuales habían sido obligados, engañados y amenazados a unirse al SL), quienes andaban casi sin vestimenta y muchos de los cuales eran analfabetos”, nos cuenta Cayo.


⎯¿Qué hicieron con esas personas recluidas? ⎯, le pregunto. “Anotábamos sus manifestaciones y contactábamos a sus familiares para que los recojan. Muchos no tenían familias, así que veíamos la forma de que los adopte una. 


Fue en el año 91 que la base militar se retiró al haber controlado el movimiento terrorista, quedándose organizados los campesinos. 


“Nos quedamos solos y con miedo. Teníamos que hacer grupos y patrullar. Felizmente ya no nos ha afectado tanto, porque era en los otros pueblos “del chupón para allá” los que estaban comprometidos, estaban obligados. Para ellos la lucha continuaba”, nos cuenta Ranulfo. 

Al año siguiente, Chungui central pudo respirar aparentemente aires de tranquilidad, por tanto los comuneros salieron, después de 10 años, a trabajar nuevamente a sus tierras, sin cultivar el odio, porque la venganza sería más que otra parte del mismo rito inexorable, porque su espíritu no los lleva a prolongar el mal, sino a celebrar la vida a su manera, como lo decía José Santo Chocano en uno de sus poemas: 


“(…)Ese tu gesto que parece 
 como de vil resignación,
 es de una sabia indiferencia
 y de un orgullo sin rencor...”

Hoy en día el señor Cayo y su esposa se dedican a atender en su tienda de abarrotes, que además funciona como sucursal de una empresa de transporte de pasajeros y encomiendas. En el segundo piso tienen un hospedaje. Tres de sus hijos están estudiando en un Instituto Superior en Huamanga, otros dos son profesionales, uno aún está terminando quinto de secundaria en la escuela de Chungui y otros cuatro no terminaron la secundaria por la violencia en la que estaban sumergidos, así que no tuvieron más opción, nos cuenta, que autoeducarse y lucharla para seguir adelante.

“Pudimos recluir, en el periodo de un año, a casi 2800 personas, entre niños, jóvenes, señoras y ancianos (muchos de los cuales habían sido obligados, engañados y amenazados a unirse a Sendero), quienes andaban casi sin vestimenta y muchos de los cuales eran analfabetos”, nos cuenta Cayo.